
La fría y mordaz noche fronteriza comenzaba a cobrar fuerza. Un viento helado se colaba por los resquicios de la ciudad mientras los valientes, abrigados hasta los dientes, se encaminaban hacia el Anexo Centenario, dispuestos a presenciar un ritual que había sido prometido durante años: la llegada de Cabrito Vudú a Ciudad Juárez.
Antes de que los vudús regios se apoderaran del escenario, la noche arrancó con un toque local. La Divina Puerca, uno de los pilares del ska más rudo de la frontera, salió a tocar. Y con ellos, vino la nostalgia. Hace unos 17 años, yo tocaba en una banda: Los Plasmatikoz. Por aquellos días, La Divina Puerca ya era la banda que los locales veneraban. Verlos sobre un escenario, 17 años después, me trajo esa sensación de estar presenciando un legado intacto. Y como para sellar el encuentro con el pasado, cerraron su set con una versión a toda madre de Vete Ya de Valentín Elizalde, una de esas rarezas que hacen del ska un género sin reglas. El público, entre risas y cervezas, agradeció el detalle a pesar de unas fallas técnicas. No solo por el homenaje a Elizalde, sino porque un buen “¡Vete Ya!” siempre es necesario para soltar un poco la pena.
Los Lenchos, esa banda querida de la región, volvió a subirse al escenario después de un buen rato, arrancando con Sed, esa canción que, como un virus contagioso, comenzó a extenderse entre los presentes. Y a medida que sonaban, la gente respondía con más caguama que alma, sin preocuparse por las palabras, solo por el beat, dejando claro que la frontera no perdona. Los Lenchos ya tenían a todos en trance, pero la verdadera explosión aún no había llegado.
De repente, Canallas entró en escena, y como su nombre lo sugiere, hicieron de todo un poco: desde reggae hasta cumbias. Y el público se dejaba llevar, liberando la energía acumulada en todo el proceso. El ambiente se calentaba, no solo por las caguamas, sino por la promesa de lo que vendría.

Los precursores de la avanzada regia, los mismísimos Cabrito Vudú, se apoderaron del escenario después de 33 años de carrera, como los verdaderos sobrevivientes del tiempo. El tema inicial Contrabando Machaca puso a la gente cerca del escenario, como si estuvieran invitados a un ritual privado de iniciación. El recibimiento, aunque de un público reducido, fue lo suficientemente ruidoso como para que Felipe Cabrito no pudiera evitar una sonrisa sincera: “Poquillos, pero loquillos”, comentó con esa actitud de quien ya sabe que la noche se prestaba para lo grande.
Confieso, amigo lector, que antes de esta noche, Cabrito Vudú era para mí solo una de esas bandas mencionadas aquí y allá, pero que nunca me había dignado a escuchar. Y qué equivocación. Como el buen vino, la música de los regios se destapa con una vibra increíble, un ritmo que te agarra por las venas y no te suelta. Cada tema, desde Ya No Soy Nadie hasta Volverá, sacudía el alma de los presentes, quienes se iban uniendo al frente, como si el espacio se fuera haciendo más pequeño, pero el espíritu más grande.

A lo largo del set, una de las sorpresas fue el estreno de una nueva canción, Luces de Neón. Los Cabritos, lejos de sumarse a la moda de prohibir celulares en los conciertos, invitaron al público a grabar y postear, etiquetándolos en las redes sociales. Y, como era de esperarse, la interacción fue total. La gente cantaba, saltaba, y poco a poco, los que estaban al margen de la pista comenzaron a unirse a la marea humana en el centro. Fue uno de esos momentos en que la música deja de ser un simple espectáculo para convertirse en una fiesta colectiva, donde extraños se abrazan como viejos amigos, levantando las caguamas al ritmo de Tanto Corazón, esa canción que, si te quedas parado, probablemente te arrojaron alguna vez en un mosh pit.
Entre canciones, Felipe Cabrito aprovechó para agradecer a Los Lenchos por prestarles los instrumentos para su show, y no dudó en reconocer el talento de los grupos que abrieron la noche. “Los voy a recomendar en Monterrey”, dijo, señalando a los muchachos, mientras el público ovacionaba. También hubo tiempo para un reconocimiento más: su baterista y bajista, que, como reveló el líder, apenas estaban en su segundo show con la banda. Pero si los novatos tocaban como si llevaran años en el escenario, es porque la música de Cabrito Vudú no entiende de novatos ni veteranos; solo entiende de vibras, de sentir el ritmo, y sobre todo, de disfrutar cada segundo.
Y llegó el final. Mariguano de Amor sonó a todo volumen, con la última dosis de energía en el aire. El público, aunque poco, rugió fuerte, como si estuviera celebrando algo más que una simple presentación. Puedo asegurar que fue una fiesta auténtica, espontánea y con alma, como pocas veces se ve.

Y ahora, querido lector, solo me queda decirlo: ojalá no tengamos que esperar otros 33 años para volver a festejar con nuestros amigos de Cabrito Vudú.

📝📷: @samxdelgado
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