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Silverio en Ciudad Juárez: un show caótico, decadente y catártico

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Tal y como lo prometió, su Majestad Imperial, Silverio, presentó un show caótico y “apestoso”, donde la moral y las buenas costumbres, lejos de no estar invitadas, se hubieran aventado directamente a las vías del tren al ver tal exhibición que atentaba contra los sentidos y las normas de etiqueta.


Las calles húmedas y estridentes de la zona cercana al Centro Histórico de Ciudad Juárez, lugar donde radica la catedral “decadente” (solo por esa noche) del rock y la música alternativa, el Anexo Centenario, fue la sede de un cabaret grotesco y catártico a cargo del oriundo de Chilpancingo, Guerrero. (Nótese que, anteriormente, no entendí la broma hasta que un random de Instagram de manera muy mamona me lo hizo saber. Si el autor de tal crítica lee esto, espero que chingue a su madre, sino también).


La expectativa en el lugar era evidente. Se veía en los asistentes buen ánimo, ganas de tirar fiesta y de ver sobre el escenario a tan singular figura antisistema, iconoclasta e incluso blasfema. La fiesta era palpable, pero también se sentía en el aire una búsqueda de la catarsis con altas dosis de morbo.


Previos al arribo de su majestad

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BoOsty, DJ y productor surgido en El Paso, Texas, se trepó al entarimado para mostrar su propuesta que mezcla hip-hop, electrónica, sintetizadores y vocoders, los cuales son adornados con un performance inquietante y un tanto siniestro. Sin embargo, tal mixtura encantó a un público ansioso por tirar desmadre, y con su carisma y ritmos pegadizos logró echárselo al bolsillo. Para muchos (incluso un servidor) fue una de tantas gratas sorpresas que ofrece la escena fronteriza.



El evento protocolario de los toquines siguió su curso. El público ya había entonado sus gargantas con un par de cervezas y unos toques de mota, algunos escondidos en los rincones para que no los sacaran a patadas, y otros, los más cautos, dándose unos pipazos previos a ingresar.

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De repente, una bruma espesa surgió detrás del templete, luces carmesíes adornaron el arribo de varias sombras errantes, entre ellas, destacaba un velo negro con encaje que cubría una silueta macabra, la cual soltó un grito desgarrador justo cuando unos riffs estridentes comenzaron a despostillar los parlantes.


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Se trataba de nada más y nada menos que Monja, una de las mejores bandas de la escena local (lo digo yo, es mi opinión, si usted querido lector, dista de ella, cada quien) quienes soltaron notas pesadas, rápidas y certeras para que el respetable terminara de desmadrarse.



Su frontman combina la energía punk con un performance teatral, recorría el escenario de un lado para el otro, saltaba, tiraba patadas al aire y se colgaba de las vigas del techo en un despliegue físico e histriónico digno de aplaudir.


Mientras todo esto ocurre, el resto de la banda destroza (en un sentido positivo) el escenario, con guitarras pesadas, bajos densos y una batería infalible. Los Monja tienen un EP nuevo bajo el brazo el cual merece la pena escuchar y hacer changuitos para que cada vez comiencen a evangelizar más allá de estas tierras.


El gran acto imperial


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La pausa entre bandas teloneras y el show principal se colmaba del murmullo de la multitud. Las rechiflas y las mentadas de madre se hacían sentir, no como un acto intimidatorio, sino más bien, como una especie de cálido recibimiento. En este mundo al revés, el improperio y el insulto eran un acto de camaradería y hasta respeto.


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Las lentejuelas y serpentinas del traje de Silverio comenzaron a brillar cuando las luces del escenario se encendieron y su Majestad Imperial saltó a escena contoneándose sobre sus hombros de un lado a otro, para inmediatamente soltar “¡Yepa, yepa, yepa!” ante el júbilo del respetable.


A partir de ahí, la decadencia tomó su curso para no dar marcha atrás y sumergir el lugar en un espectáculo no apto para persignados. Los presentes comenzaron a saltar y a celebrar los ademanes del productor y DJ, quien desde los años 2000 da presentaciones cada vez más lascivas y divertidas por igual.



En sus propias palabras, con el paso del tiempo su show se ha vuelto más “apestoso” y lo cumplió aquí, en Ciudad Juárez y en Chihuahua. Algunos dicen que incluso en la capital del estado se pasó más de la raya, sin embargo, aquí literalmente no dejó nada a la imaginación.


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La procesión del mandatario, del cual no nos queda claro cuáles son sus dominios, o, por el contrario, cuáles no, ya que donde quiera tiene fieles súbditos que con beneplácito aceptan el término de “aborígenes” y bajo ese sustantivo se envuelven para saltar y gritar desaforados en un moshpit sacado de cualquier tocada hardcore punk del underground de la ciudad más true que exista.



Temas como “Gorila”, “Tu casa” o “Perro” no eran más que el pretexto para que aquello se convirtiera en una orgía de escupitajos, cerveza y tragos lanzados hacia el artista y viceversa. Silverio se divertía molestando al público, exigiéndoles más entraña en los insultos que dirigían los presentes hacia él. A medida que avanzaba la noche, parecía que su cordura abandonaba el lugar y dejaba solo ira contenida.


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“Salón de Belleza” se hacía presente y el slam regresaba. Algunos se sacudían como poseídos por el demonio o el espíritu santo en procesión cristiana, en realidad no importaba. Si una que otra persona se desnudaba frente al público, la atención se fijaba totalmente ante la figura de su serenísima realeza jugando con su escroto.



Por ahí, había una que otra persona con cara de susto. En las mesas más lejanas se dejó escuchar la frase “por esto paga la gente” mientras recibía un rotundo “sí” de su interlocutor. Sí, para eso paga la gente, pero también para sacar la furia utilizando como catalizador el bizarro espectáculo.



Luego de jugar con sus bolas, el DJ y productor independiente, siguió literalmente pasándose los límites por los huevos. Recibió de la muchedumbre un sombrero, se lo puso; un sostén, se lo puso; luego otro bra, se lo pasó por los testículos y luego lo mordió para después escupirlo.


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Al final, como es bien sabido en sus conciertos, terminó desnudo, solo con un cinturón adornando su abdomen. Ya la mirada estaba perdida, el personaje o la personalidad o el espíritu santo o el diablo o quién sabe qué lo habían consumido. Como último acto de amor a su público, subió a la mesa donde estaban situadas las tornamesas, se giró, mostró su espalda y trasero desnudos para después inclinarse y mostrar en toda plenitud su retaguardia.


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Maravillados e incrédulos grababan con su celular por igual, otros azorados aplaudían, mientras se escuchaban gritos, aplausos y rechiflas. Luego se postró frente al auditorio para sujetar las manos de quienes estaban en primera fila y con la mirada clavada en lo profundo, se paró en seco y salió de escena guareciéndose tras bambalinas.


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En shock, algunos incrédulos se quedaron clavados en el sitio, otros con una sonrisa extraña se dispusieron a salir del lugar. Platicaban sobre lo acontecido, quien ya se había dado una idea del acto de Silverio, solo confirmó que es un maestro para tocar, provocar y causar “algo” en sus espectadores. Sea lo que sea, nadie se va sin sentir o tener una reacción.


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De esa forma terminó una presentación sórdida, potente y que no deja a nadie indiferente.

Hacía falta ver a Silverio en la intimidad de un show y un público dedicado cien por ciento a su propuesta para tratar, si se puede, de entenderla o al menos de disfrutarla sin tapujos y ataduras.


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Agradecemos a Lado B por hacernos parte de tan digno y solemne acto protocolario.


 
 
 

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