
La noche del 21 de febrero, el Anexo Centenario arrancó con Altamar, un dúo que ya es casi residente de estos lares, y no es queja alguna. Su minimal wave y postpunk es un golpe seco y sabroso que se siente en el pecho, como un latido ajeno que se adueña del ritmo de la sangre.
Mientras la gente se balanceaba entre cervezas y pláticas a media luz, el grupo recordó que este viernes 28 de febrero lanzarán su nuevo sencillo, "Luna".

La velada cambió de tono. Romance de antro, de esos que huelen a sudor y a neón parpadeante. En el escenario, una mesa solitaria con rosas, una vela temblorosa y un plato de ramen. Y entonces, Jacobo Valdivieso. O mejor dicho, Palacio Infantil, tambaleándose hasta el micrófono como un hombre que carga consigo todas las derrotas del mundo. “Otra vez volví a fallar. Reincidí, volví a beber”. Una botella de anís que empuña como trofeo sella el pacto con la audiencia: lo que va a pasar aquí es un acto de fe en el caos.
Palacio Infantil es una experiencia, más que un set musical. Entre canciones, Jacobo devora el ramen como un condenado a última cena, con tenedor, con las manos, con una hambre que solo entiende el que ha estado demasiado tiempo sin probar bocado o sin probar vida. En algún momento, se defiende de las acusaciones de no ser músico porque no toca instrumentos. Acto seguido, toma la guitarra y la hace gritar como un animal herido, sacándole lamentos dignos de un Slash ebrio en un garaje olvidado.

¿Performance? Él dice que no. Pero en el frenesí de su show, uno no sabe qué es real y qué es delirio inducido por alcohol y feedback. Y al final, nadie lo cuestiona, porque lo que importa es estar ahí, sumergidos en la espiral de su existencia.

De pronto, la transformación. Como si Clark Kent entrara a una cabina telefónica y saliera con otra piel, Jacobo desaparece y regresa convertido en Hugo Valdivieso, mitad de Valgur. Lo acompaña Elizabeth Valdivieso y con la solemnidad de un sacerdote en plena misa, leen un versículo del Apocalipsis. Es el prólogo de lo que viene: un DJ set diferente, con versiones experimentales, con voces que suenan como Alvin y las Ardillas en ácido, o tal vez eso fue solo la percepción de este redactor envejecido entre tanto joven bailando y grabando stories.
Valgur estaba de regreso en la frontera y no solo para hacer temblar la pista, sino para presentar el primer episodio de "Hora Común", sesiones en vivo que compartirán en su canal de YouTube. La producción audiovisual es impecable, el sonido envolvente, el concepto sólido. Un aplauso a todos los involucrados, porque en una era donde el contenido efímero manda, esto se siente como un manifiesto a la permanencia.
La noche se extinguió entre agradecimientos y últimos tragos. Norte Shida y Anexo Centenario abrieron las puertas a este ritual de música y desenfreno, y todos salimos un poco más alucinados de lo que entramos.

📝📷: @samxdelgado
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